El Ángel de las alas negras

 

Desconozco enteramente lo que es vivir, atada a un déjà vu que asalta y domina mis horas, mis días y mi vida, los hábitos estorban, y los periódicos cuentan las mismas historias de política falsa e incontables muertes. Y tú, ángel de alas negras, sigues ahí sentado al pie de mi puerta esperando a que salga y tome tu gélida mano para irme contigo.

Me encuentro tendida en el suelo con antidepresivos haciéndose paso por mi garganta, dejando ese rastro amargo que tanto disfruto. Y océanos en mis ojos, que no me posibilitan mucho ver el pálido techo, el memorándum metafórico de que el cielo al que le da la espalda, no es para mi. 

Se empieza a reproducir mi corta vida en mi mente, y sólo pienso en que la cordura fue cosa del pasado, que viejos amigos lanzaron cuchillos a mi espalda y que en mi bolsillo siempre llevé a la muerte como una fiel amiga. 

El roce del poco viento que se filtra por mi ventana es como un beso, dulce y traicionero. ¡Acaríciame, brisa gris! Es la última vez que podré sentirte, así que hazlo como la primera vez. Podría seguir luchando, pero quizás no quiera ganar.

Con escasa fuerza, apoyo todo mi peso sobre mis pies sucios y me levanto del helado piso. Escucho tu leve tocar en la puerta. ''No tardo, Ángel. Pondré sobre mi cuerpo desnudo mi vestido blanco''. La luna ya domina el cielo que combina con tus alas.

Abrí la puerta. ''Tengo un regalo para ti'', fueron las únicas palabras del Ángel al verme, quien sin separar sus negras pupilas de mi, me entregó un blanco oso de peluche. Lo tomé, e instantáneamente lo abracé con fuerza, haciendo hinque en mi pecho. Abrí mis ojos en veloz movimiento, ¿qué es este dolor que siento en el pecho? Dije, gritándolo en mi mente. La noche es larga, mi aliento se acorta. 

Se tiñe mi vestido de rojo. Dentro del oso yacía una navaja. ¡Corre sangre, corre libremente!. Se libre como nunca yo lo fui. Y mientras vivía el dolor que ni el Ángel escuchaba, mis ojos avistaron el abismo.     

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