El frío me contiene, me envuelve, me eriza, mientras que llegas a tomar su lugar, y los truenos asaltan mis oídos suplantando tu voz. Yo sigo en la exquisita espera, mientras escucho la melodía de miles de gotas chocar contra mi ventana y contra el asfalto. Quizás eres la única persona con la que compararía a la lluvia. Fuerte, hermosa, impetuosa... pero a la vez serena. ¿Lo ves? Tiene tus peculiaridades, mi amor. Rasgos de perfección.
Oscuridad pinta mi ventana, y tú aún no llegas. Te espero. Las sábanas se mantienen frías y la lluvia es igual de incesable que mi deseo. La taza de té sobre la mesa de noche se mantiene intacta, porque no quiero otro calor que no sea el tuyo.
Cuando mis pestañas buscan tocar mis ojeras, y cubrir las pupilas que anhelan tener las tuyas en su interior, llegas interrumpiendo la oscuridad. Lluvia serena.
Sin preámbulos suenan tus gotas, retumban en mis tímpanos. Y yo sólo pienso en que no sabía que la lluvia podía sonar tan placentera e idílica. Vísteme, lluvia. Ya la oscuridad y el frío lo han hecho mucho. Gotas de besos, que empapan mi color. Me cubren, me limpian, y me dan la paz que hace tanto tiempo apetecía mi alma. Este cuarto es nuestra ciudad. Llovamos. Tronemos. Relampagueemos.
Ya no siento frío porque el sol son tus brazos. Sólo quedó un arco iris con mucho más que siete colores, a pesar de que es de noche. Y gotas de rocío, dulces y frescas.
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